Los niños que rechazan la verdura abundan en el mundo. Sus reacciones frente a estos alimentos son casi universales: tuercen la nariz, voltean la cabeza, fruncen el ceño o escarban en el plato hasta encontrar algo atractivo para su paladar.
Algunos padres ven estas conductas como señales de que están malcriados, pero es así. Hay factores orgánicos que las desencadenan, incluso existen causas de origen evolutivo. Contrariamente a lo que podemos creer, este rechazo está más vinculado con el color de las verduras, que con el mismo sabor.
Mecanismos cerebrales de defensa
Aunque el cerebro es el resultado de una transformación de miles de años, todavía guarda mecanismos de defensa para proteger a los seres vivos de agentes contaminantes y venenosos. Esto explica por qué algunos comestibles de tonos brillantes, como las verduras, encienden alarmas de peligro en el cerebro, que desatan instintivamente una aversión hacia a ellos.
En materia de colores, los matices verdes y naranjas dentro de las comidas conducen a la negación en pequeños de corta edad. Es por esto que muchos peques de tres a cinco años, se familiarizan más rápido con una papa, que con un brócoli o una col de Bruselas.
Aunque estas acciones forman parte del proceso natural de crecimiento en un niño, es responsabilidad de los padres promover la incorporación paulatina de estos alimentos que representan la mayor fuente de fibra, minerales y vitaminas.
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Sensibilidad a flor de piel
Está demostrado la sensibilidad a los sabores tiene un componente genético importante. La percepción gustativa y olfativa está muy desarrollada en los primeros años de vida, motivo por el cual muchos niños muestran dificultad para tolerar alimentos diferentes a la leche materna o a las fórmulas.
A eso hay que sumar el escaso nivel de calorías que tienen las verduras, y ese sabor amargo que caracteriza a la mayoría de ellas. Todo ello va originar la llamada neofobia alimentaria (rechazo instintivo a los alimentos).
Es la pérdida de receptores o su imposibilidad para transformar los estímulos gustativos y olfativos en señales nerviosas, lo que hace que esa sensibilidad ceda con el paso del tiempo.
Descartando los riesgos
Los niños que rechazan la verdura suelen menospreciar los vegetales de hoja oscura, como acelgas, berenjenas, espinacas, pepinos, rábanos. Toleran un poco mejor los boniatos, tomates maduros y aquellas con mayor dulzor.
Lo positivo de todo esto, es que así como el cerebro está preparado para excluir todo cuanto pueda representar una amenaza, también es capaz de cambiar mediante la experiencia o la exposición frecuente a ciertos hábitos.
Por ello, los especialistas afirman que para vencer el “desprecio” a la verdura, se deberá instar al pequeño a probar exquisitos platos que contengan el mismo sabor entre 12 y 14 veces. Sólo así el cerebro descartará los riesgos de toxicidad.
Cómo lidiar con los niños que rechazan la verdura
El peor error que pueden cometer los adultos, es fomentar el rechazo hacia los alimentos. Los niños que rechazan la verdura crecerán desprovistos de una buena proporción de potasio, sodio, magnesio, calcio y vitamina K.
Además, recibirán pocas cantidades de antioxidantes y vitamina A, garantes de la buena salud de su piel, tejidos y mucosas. Igualmente, aportarán a su organismo insuficientes dosis de hidratos de carbono, esenciales para la prevención de afecciones intestinales y estreñimiento.
Cada niño tiene su propio estilo de alimentación y aunque hambre no morirá, es preciso corregir ese rechazo a la verdura.
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Consejos a tener en cuenta
- Predicar con el ejemplo, procurando comer en familia.
- No incorporar nuevos alimentos tan seguido. La frecuencia ideal es cada dos días.
- Considerar que la variedad y los colores no ayudan. Lo conveniente es brindar una verdura a la vez, al menos en la primera etapa.
- No obligarlo a ingerir grandes porciones. Comenzar con pequeños bocados es lo más conveniente.
- Variar las elaboraciones. Si no tolera la verdura por sí sola, se puede añadir en alguna receta que sea de su agrado. Los zumos y las bollerías no son las opciones más acertadas.
- Cortar en pequeños trozos. La sensación de poder tomar el alimento con sus manos llamará su atención.
- Evitar las presiones, los castigos y las amenazas.
- Añadir verduras siempre, a partir de los tres años, y acostumbrarlo a que la pruebe.
- Aprovechar el apetito. Si tiene hambre muy posiblemente la comerá.
- Mantener la paciencia y la serenidad, siempre con refuerzo positivo en lugar de discusiones.
- Apelar a las recompensas verbales. Frases como “Qué bien lo hiciste” “Mira cuánto estás creciendo”, pueden motivarlo.
- No introducir alimentos de forma precoz y abrupta.
Estas sugerencias suelen dar buenos resultados. Quizás no apliquen para todas las verduras, pero es osado pretender que al niño le gusten todas las especies; tres o cuatro pueden ser suficientes para comenzar.
Conviene recordar que todo proceso lleva su tiempo, y lejos de premiarlo o enjuiciarlo, se debe enseñar al pequeño que debe comer de forma saludable por su propia iniciativa y bienestar.
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