Su relato pedía a gritos silenciosos una restricción perimetral, un impedimento de contacto hacia el género todo, que ninguno de éstos se le acerque. Ninguno. Que la psicóloga que lo trate sea una mujer, era el único requisito que necesitaba para comenzar a hablar de su dolor. Habilitada a atravesar su blindaje, trato de que este imperativo inicial se corrompa y el niño, de tan sólo diez años, me cuenta que su temor habitual se le fué de las manos cuando su padre abusó sexualmente de su hermana de ocho.
La niña mantuvo el silencio mucho menos tiempo de lo que suele suceder en estos casos hasta que pudiendo diferenciar a los que valen la pena de los que no, se lo contó a él, a él, justo a él que los odia, que les tiene miedo, que no quiere que se le arrimen desde antes que su padre le pegase hasta dejarlo sin aire a los cuatro años.
Pero ¿para qué hablar de esto?, esto no es lo importante, importante es un abuso como lo que le pasó a su hermana. La convicción se la había dado la Justicia, la Justicia Argentina, que tomó cartas en el asunto y después de muchas idas y vueltas, juicios (abreviados), papeles que van y vienen, cámaras Gesell, pericias y todo eso, habían decidido protegerla, prohibiéndole al padre por dos años el acercamiento en el radio de doscientos metros respecto del domicilio de la hermana.
Pero a él no, porque no fue abusado (sexualmente). El padre podía seguir acercándosele, a los hijos su otro matrimonio también. Tal vez sea porque son varones y no corren el mismo riesgo, o porque no le haya pegado lo suficiente para considerarse un exceso, o porque la madre debería iniciar otra cosa, con otro nombre, ante la justicia. No lo sabe. No lo sabe nadie porque la Justicia argentina parecería carecer de criterio de realidad y tener una certeza delirante al considerar que un padre puede actuar de una manera tan animal con un hijo y, con el otro, respetar la ley de prohibición del incesto.
Parece que algo no está bien en la Justicia argentina: paradójicamente ha fallado la inscripción de la Ley, desde la conceptualización lacaniana hablando. Es hora de dejar atrás una etapa desequilibrada y delirante para de una vez por todas comenzar a ordenar y proteger a tantas estructuras subjetivas vulnerables que piden a gritos impedimentos de contacto.
Paula Martino, Psicóloga, Magister en Psicoanálisis.
EA
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