Por Elena Sanchis
Si estas leyendo esto y aun no eres madre, puedes pensar, esto a mi no me va a pasar seguro, es lo que yo también creía.
Si ya lo eres puedes verte un poquito o muy identificada con estas palabras:
Cuando una es madre parece que de repente sólo eres eso, MADRE. Con todo lo que abarca y exige ser MADRE.
Y dejar guardado en un cajón del armario, pero de los del fondo, todo lo que eras y como eras antes de...
Un día cualquiera, meses después de que naciera mi hija me mire al espejo y me pregunte quien era esa a la que estaba viendo,¿Donde estaba yo?
Vi a alguien desaliñada, descuidada, con ojeras y no con pelos sino con greñas. Por no hablar de que de repente tenía adherido a mi cuerpo una especie de flotador alrededor de la cintura que me impedía abrochar en condiciones los vaqueros de talle bajo que tanto me gustaban.
Esa es otra, ¿Donde estaba mi estilo de ropa vistiendo?
¿DONDEEEE?
Todo mayas, chándal y camisetas que mas bien eran sacos de patatas. Parece que un agujero negro se había tragado todos esos vestidos, medias, vaqueros y camisetas ajustadas.
Lo mejor de todo esto queridas mías es el día en el que te das cuenta. Y pones remedio.
El chándal y las mayas pasan de ser tu uniforme habitual a uso exclusivo en gimnasios y clases de zumba. ¡Así como suena!.
El flotador, gracias al uso correcto de chándal y mayas desparece, o al menos comienza a desaparecer.
La ropa de antes ya no vuelve y es casi mejor así, pues aprovechas las rebajas para ponerte al día en tendencias.
A poco que te lo propones pasas de tener greñas a hacerte una vez cada dos meses un tratamiento de queratina capilar que te deja un pelazo que ríete tu de las celebrities.
Lo importante como todo en esta vida, es darse cuenta de las cosas y ponerle remedio.
Por cierto, ¡feliz maternidad!
Fotografía © Jorge Royan / http://www.royan.com.ar, via Wikimedia Commons
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